Por Martín Balza (*)
Malvinas es una causa nacional, un sentimiento expresado con claridad meridiana en la Constitución Nacional, que, además, establece en la Primera de sus Disposiciones Transitorias: “La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”.
El conflicto del Atlántico Sur fue una pequeña guerra insular, pero salvando las circunstancias del ámbito geográfico, de los efectivos participantes, de la población afectada, de la duración y el comportamiento de los adversarios, las secuelas y los traumas son similares a todas las guerras. Evitar ello es un imperativo humanitario, político y económico. Aún continuamos renunciando a las escasas pretensiones de la humanidad. Lamentablemente, en la actualidad no solo Philippe Delmas vislumbra El brillante porvenir de la guerra, su conocida obra.
En el campo de combate, “la mayor presión es el miedo a la muerte, y la tentación es huir, pero el hombre valeroso resiste”. Elocuente sentencia de Aristóteles. El valor es una cualidad que cada uno de nosotros puede o no tener, pero en el soldado se mimetiza con el coraje. Lo determinante es la aptitud de mantenerse dueño de sí mismo y conservar la calma en una situación límite. Difícilmente se puede apreciar en una oficina; es algo intransferible y nadie puede saber si tiene o no esa aptitud antes de vivir la experiencia. En el soldado, el valor implica también el poder dominar el miedo a morir o, como expresa Jean Guittton, “de hacer morir a otros por causa de sus órdenes”. En síntesis, valor y coraje es dominar el miedo a morir, mientras la cobardía es el miedo consentido. ¿Sentí miedo en la guerra? Es probable que si, como muchos otros, pero cada uno lo supera de diferentes formas. Allí el miedo estaba relacionado con la muerte. Vi muertos, pero no me detenía a hablar de ello. Un jefe en el combate no debe permitir nunca que el miedo a morir sea superior a su responsabilidad. Nuestros muertos son verdaderos héroes, pero también lo son todos los soldados, sin distinción de jerarquías, que salieron airosos después de haber transitado por un campo minado emocional. Ellos fueron probados y aprobados en combate.
El miedo no reconoce jerarquías. Observé comportamientos cobardes en algunos soldados, suboficiales y oficiales. Un alto porcentaje de los heridos de bala lo fueron por heridas autoinfligidas, producidas fuera de acciones de combate. Otros simulaban trastornos psíquicos. Con ello buscaban ser evacuados al continente y sustraerse de la lucha. En una oportunidad que concurrí al puesto de comando del general comandante de la Agrupación Ejército “Puerto Argentino” me sorprendió algo curioso. Me encontré con un capitán de navío y un coronel que desempeñaban sus funciones en un ambiente confortable y calefaccionado, entre mapas, radios y teléfonos. El primero tenía puesto un casco sobre su cabeza y el segundo, un chaleco antibalas. La instalación de marras era uno de los lugares más seguros de Puerto Argentino, pues estaba casi frente a la iglesia Anglicana. No sé a qué habrían recurrido si hubieran tenido que permanecer en una trinchera bajo el fuego naval, aéreo y terrestre del enemigo.
Hasta el soldado más valiente siente miedo en el combate, cuanto expone su vida y es consciente de ello. Todos reaccionan de distinta manera, pero la mejor forma de superarlo será el sentido del honor. Nadie aceptaría –como Hamlet—reconocer: “Ciertamente soy un cobarde”. Ello está estrechamente relacionado con el ejemplo que da el superior. Si el subordinado ve que su superior está expuesto igual que él al riesgo de la metralla, si come lo mismo, viste prendas similares y ambos soportan por igual la rigurosidad del ambiente geográfico, el mando se fortalece, se facilita y se aproxima al liderazgo. El subordinado y el superior se implican mutuamente. Sin subordinado, el superior no es tal, y a la inversa.
En síntesis: ¿Sirvió para tomar decisiones, todo el estudio que realicé y las escuelas superiores que cursé? Quizás en lo más mínimo, pero me dieron una gran confianza. Lo que más aprecio es que según nuestra condición psicosomática será nuestra respuesta al estrés del combate.
En la guerra, el jefe esta solo consigo mismo, y en el combate, eso se manifiesta principalmente en los niveles tácticos. Un jefe experimenta esa soledad del mando cuando debe tomar una decisión y asumir sus responsabilidades emergentes, potenciadas cuando están en juego las vidas de cientos de hombres subordinados. Sus acierto serán valorados y todos se adjudicarán una parte de ellos, pero en sus desaciertos y fracasos el jefe sentirá una total orfandad.
Argentina jamás recurrirá nuevamente a la violencia y mucho menos a su extrema expresión: la guerra. Esta constituye uno de los actos más trágicos en la vida de los pueblos y, por desgracia, también una de las más frecuentes maneras en que se han intentado resolver las disputas en la historia de los pueblos. Es el diálogo, el respeto y la vocación de paz lo que debe ser depositado en el corazón de los seres humanos.
*Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas. Ex embajador en Colombia y Costa Rica